En el siglo XVI el lago de Texcoco era un cuerpo continuo de agua que llegaba hasta los bordes del bosque de Chapultepec en el occidente y hasta las orillas del reino de Texcoco en el oriente. En los mapas de la época aparece como un círculo de bordes generosos que contiene una gran superficie azul, interrumpida solamente por la pequeña isla de Tenochtitlán. Mientras sus aguas desaparecían y eran compartimentadas hacia la región de Texcoco, expulsadas de la ciudad, este lago seguía siendo un cuerpo, un sólo terreno, aunque demarcado por líneas rectas y diagonales que seguían cada vez más las divisiones políticas de los suelos contiguos. Con la llegada del siglo XX los bordes del lago fueron confinados a ser aristas y líneas, conducidos por la propiedad y la soberanía de los territorios urbanos que crecían a paso rápido, presionando sus linderos; estos territorios intentaban desbordarse los unos sobre los otros y a la vez contener con diferentes barreras los desbordes ajenos. Más que una orilla que sigue las curvas del agua tocando la tierra, el lago se convirtió en una combinación de polígonos, triángulos isóceles y círculos perfectos, medibles por los raseros de la geometría euclidiana. [...]
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