Junto al bosque de San Juan de Aragón, en el borde nororiental de Ciudad de México, hay un conjunto de edificios de una sola planta, enmarcados por una reja blanca, siempre cerrada y cuidada por un vigilante de uniforme negro. Este conjunto y el bosque que colinda con él están separados del aeropuerto Benito Juárez por unas cuantas calles; los aviones que despegan y aterrizan cada tantos minutos se sienten cerca mientras atraviesan el aire a baja altura. En uno de estos edificios hay un archivo que contiene la historia documentada del lago desecado de Texcoco: un salón pequeño de techo bajo, con unos cuantos anaqueles de madera guardando folios forrados en cuero vino tinto, así como algunos libros de hojas delgadas y pastas blandas. Sobre los muebles de madera hay una delgada capa de polvo y un olor a papel viejo y humedad. [...]
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