El 16 de mayo de 2016 acudí a la ceremonia del paso del sol por el cenit, en un cerro de Nexquipayac. Al subir al cerro se veía la explanada del antiguo lago de Texcoco —ya intervenida por la constructora a cargo del proyecto del Nuevo Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México— extendiéndose un par de kilómetros hacia el occidente. Desde ahí se percibía esa frontera invisible que durante el último siglo se ha dibujado entre la ciudad y el campo. Los pueblos del municipio de Atenco estaban entonces unidos los unos a los otros, separados tal vez por una calle, extendiéndose en el margen del antiguo lago como una sola franja. Hacia el oriente, las parcelas que se veían al salir de San Salvador Atenco en dirección al cerro ceremonial estaban en gran parte intervenidas por surcos para la siembra, marcando el inicio de un nuevo ciclo de cosecha. Junto al camino que comunica al pueblo con el cerro hay un río, canalizado hace décadas por la Comisión Nacional del Agua; para la fecha de la ceremonia este río había sido reducido a un pequeño caño con paredes de cemento por el que circulaban los residuos líquidos que arrojaban los pueblos al bajar el agua. [...]
Ceremonia
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