El lago Nabor Carrillo, un cuerpo de agua construido por humanos, con forma de rectángulo perfecto, yace en medio de la enorme extensión de tierra que unas décadas antes aún contenía agua del lago de Texcoco. Un lago sobre un lago: el “artificial”, un rectángulo perfectamente definido; el “natural”, una forma siempre cambiante que tendía a desaparecer. En medio del Nabor Carrillo se levantó una isla, y sobre ella, una cabaña. Junto a la isla, sobre unas rocas que sobresalían al nivel del agua, se estableció una pareja de flamencos, sobrevivientes de la desaparición del antiguo lago. Sobre la orilla de este nuevo cuerpo de agua se construyó un muelle, esperando amarrar en él embarcaciones que hicieran rutas cortas a la isla y traer visitantes, deportistas, biólogos, turistas, navegantes. Los tablones y columnas del muelle se pintaron de azul claro: la recién nacida Comisión Nacional del Agua acababa de llegar a los terrenos del lago de Texcoco, reemplazando a la Secretaría de Recursos Hidráulicos y a la Comisión del Lago de Texcoco: estas instituciones, desde 1971, definieron las fronteras territoriales del lago y con ello anticiparon su futuro. […]
Muelle
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