En octubre de 1985 varios camiones cargados de escombros se dirigieron a la salida nororiental del Distrito Federal. Los pedazos de construcciones destruidas por el sismo que había sacudido a la ciudad semanas antes, se bamboleaban en la parte de atrás de estos camiones, desplazándose en tránsito lento desde el edificio Nuevo León de Tlatelolco. Lo que es hoy la autopista Peñón-Texcoco era todavía un camino sin tránsito por el cual entraban todos los camiones a los terrenos federales del lago de Texcoco, entonces semidesérticos y en gran parte baldíos. Ya adentro y repartidas en diferentes direcciones, las cargas se arrojaban al suelo: al caer, dejaban adivinar la forma de una columna o de una escalera entre toneladas de pedazos indiferenciados. Entre los escombros también se asomaban algunos objetos que, treinta años después, aún se encuentran sobre la superficie salina del lecho del lago: girones de tela, vestidos, tacones de zapato, fragmentos de platos de cerámica y otros objetos que no es posible identificar hoy, al encontrarse atrapados entre pedazos de muros que los aplastan. [...]
Movimiento
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