Subsidencia

En julio de 1965 el lago de Texcoco ya se parecía más a un desierto que a un lago. En su suelo de miles de hectáreas de extensión, que tomaba la forma de un inmenso terreno baldío en los márgenes de una ciudad en expansión acelerada, su lecho empezaba a imaginarse como una tábula rasa de posibilidades infinitas. Estas posibilidades eran siempre pensadas como extensiones, prótesis o proyecciones utópicas de la ciudad: incluso la idea de construir ahí un parque, una extensión de praderas verdes, árboles y caminos, ya constituía un ejercicio de domesticación, de diseño, de delimitación de un área que en otros tiempos se expandía y contraía a voluntad, en ningún caso para obedecer los deseos de los hombres. En ese entonces el ingeniero Nabor Carrillo propuso realizar unos estudios de hundimiento de suelos en una porción pequeña de estos terrenos aún sin delimitar, al sur de lo que entonces era el camino vecinal Peñón-Texcoco. Carrillo, antes que cualquiera, se dio cuenta de que la ciudad se estaba hundiendo, y de que su hundimiento estaba directamente relacionado con la manera en la cual la ciudad se abastece (aún) de agua. [...]