Recorriendo las naves laterales del Museo de Antropología de Ciudad de México encontré una pequeña vitrina con una figura antropomórfica sobre un pequeño pedestal de madera, ubicada junto a un par de vasijas de cerámica. A diferencia de las piezas que había visto en otras salas, en donde la arqueología mexicana sorprende por su escala y lo incólume de sus superficies de piedra tallada, estos objetos pequeños y modestos estaban salpicados de manchas rojas, del color de la sangre humana. Las culturas que ocuparon la zona que hoy es el estado de México extraían hierro en Huahuaxtla y Huitzuco, en el vecino estado de Guerrero, transportándolo hasta sus ciudades en pesados botellones. Macerando los pedazos minerales en morteros de piedra, lo convertían en un polvo fino que esparcían sobre objetos rituales y funerarios, con el fin de augurar otra vida —distinta de la vida terrenal— para sus difuntos. El estado de México, lugar donde se extrajeron las piezas arqueológicas que hoy resaltan como puntos sanguíneos en la sala del museo, es también el lugar de extracción de la piedra de tezontle: una roca volcánica hecha de magma enfriado por procesos milenarios, porosa como una esponja y roja como las figuras rituales que animaban a los muertos. […]
Tezontle
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