Tepalcate

Cerca del límite entre los terrenos federales del lago de Texcoco y el ejido de San Bernardino se levanta una caseta de vigilancia sobre un montículo de tierra. La caseta está pintada con los colores institucionales de la Comisión Nacional del Agua de México: blanco y azul claro para los muros, y el techo de dos aguas pintado de rojo. Junto a la caseta se extiende un terreno cubierto de hierba, atravesado por surcos que parecen ser trazos de un arado que hace poco estuvo ahí. A unos metros de la caseta se levanta una cerca de alambre y estacas de concreto: al otro lado de la cerca, en el ejido, se ven unas gallinas corriendo en medio del pasto crecido, así como algunas construcciones aisladas entre sí. El montículo de tierra que le sirve de soporte a la caseta de vigilancia sobresale como una protuberancia de un metro o menos de altura, alzándose visiblemente sobre una planicie de kilómetros de extensión. Entre la tierra se asoman pedazos de color marrón que crujen al ser pisados: fragmentos de vajillas rotas, de vasijas, de cántaros, de figuras indefinidas, todos enterrados en medio del campo. [...]