Vuelo

Desde la silla del pasajero no se perciben los vientos que mecen a una aeronave. Se sobrevuelan campos, océanos, ciudades desde lo alto hasta perder la tierra de vista, ocultándola bajo gruesas capas de nubes que en ocasiones hacen olvidar la perspectiva de un abajo y un arriba. Desde las alturas, la gran Ciudad de México se empieza a volver pequeña, perdiéndose como una mancha blanca hecha de millones de puntos superpuestos en cuanto aparece el territorio más amplio de un país que la devora. Aparece el continente y luego la tierra ya está lejos, muy abajo, velada por láminas cada vez más densas de vapor condensado. El avión está solo en lo alto, hundido entre nubes, cargado de humanos, maletas, bandejas con comida y vasos plásticos que se mantienen quietos en su sitio. Las referencias de lo terreno se borran. La nave, como un ave, se mantiene horizontal, meciéndose un poco de vez en cuando, sin virar su cara superior hacia abajo. Cuando ésta encuentra su velocidad estable de crucero, surcando las corrientes a unos ochocientos kilómetros por hora, durante largos periodos de tiempo, las temperaturas descienden afuera y se mantienen intactas adentro. Al interior del avión, como en la tierra, todo se mantiene relativamente quieto.  [...]